domingo, 24 de enero de 2010

Mr Sabas y su león Sultán


Decir Anelio es decir muchas cosas. Es hablar del profesor, el escritor, el pintor, el etnógrafo, el investigador, el poeta, el cantante, el amigo, el buen amigo. Distintas facetas artísticas y humanas que es difícil conjugar en una única personalidad sin estridencias ni dandismo que le alejen de la realidad. En varias ocasiones he tenido la oportunidad de apreciar todas estas variantes de su personalidad, pero creo que en ningún momento tan hilvanadas como en la inolvidable conferencia que pronunció la noche del pasado viernes sobre las circunstancias reales que llevaron a la muerte de míster Sabas, director del Circo Yugoslavo y domador de leones que falleció en Santa Cruz de La Palma en 1935.

Anelio Rodríguez sacó la paleta para dibujar el retrato de la época en la que sucedió este episodio y del extraño y fascinante mundo del circo. Pero, sobre todo, para aclarar la circunstancia de la muerte de míster Sabas, ese domador de leones que murió, según contaba la tradición popular, del disgusto que se llevó cuando vio que las fuerzas de orden público abatían a tiros al león Sultán que se había escapado del circo y deambulaba libremente por las calles de la capital palmera ante el temor de los ciudadanos.

Pero en el ejercicio de la narración de nuestro escritor no se aprecian lecciones de moral, de recuperar la memoria histórica o de hacer justicia. El arte que emana de la realidad va incluso más allá de todos esos nobles deberes y entra en la órbita de la creación. El artista no reivindica el pasado, lo crea, lo construye, genera belleza incluso en lo injusto o desafortunado de esa maldita bala perdida que fue a parar en el cuerpo del domador cuando trataba de evitar que el pelotón sacrificase la bestia que, seguramente, Mr. Sabas hubiera podido dominar. Porque así fue la muerte del valiente domador y no por la impresión de ver muerto a Sultán.

El respeto de su familia, que guardó celosamente este secreto hasta que fue confiado a Anelio por una de sus hijas, es una de las claves interpretativas de este suceso y de la manera de narrarlo por su biógrafo. Es en esa relación donde se crea la atmósfera de lo que el director de cine Víctor Erice le comentó a Anelio Rodríguez cuando le contó esta singular historia. De alguna manera, ha sido míster Sabas quien te ha elegido para que reveles esa realidad. Es difícil discernir de dónde surge el proceso creativo, pero se reconoce por esa fuerza de seducción que se genera entre el yo y lo otro.

En Anelio este proceso no es solitario, sino compartido. En la conferencia fueron apareciendo inexcusablemente nombres que han marcado esta investigación sobre la vida y la muerte de míster Sabas. Tío Quico, en primer lugar, y es que es difícil conversar con Anelio sin que aparezca por un lado u otro el gran pintor Francisco Concepción, que fue quien primero le habló de la historia del domador. Ligado a él, como no podría ser menos, la Sabatina. Ese grupo de amigos que se reúne los sábados para pintar y que fueron quienes repusieron la lápida del domador cuando se rompió, junto con otras personas como Pepe López o Antonio Manuel Díaz. O el veterinario Juan Francisco Capote, que lo acompañó a ese viaje a Galicia para entrevistar a la familia, donde se desveló el misterio tan celosamente guardado por varias generaciones.

Esa personalidad integradora fue la que arrastró a tanto público como yo no recuerdo que se reuniera en la Casa Salazar para un acto cultural. Y Anelio no defraudó. Como en el circo, supo sacar todos los instrumentos para hacer sentir la ilusión de los magos, el equilibrio de los trapecistas con sus palabras y gestos, el humor de los payasos y la tensión y la incertidumbre ante la muerte que recorre el cuerpo cada vez que el domador abre la rejas de los leones y se enfrenta en solitario a las fieras como tantas veces hizo sentir en su vida míster Sabas al gran público.

David Sanz, Diario de Avisos.[24 de Enero de 2010]

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